
En aquella época me hallaba convencida de que las mujeres debían de ser muy débiles, físicamente, y que una especie de languidez, una perpetua convalecencia constituía la característica de la verdadera feminidad. Segura de que una mujer capaz de desmayarse a menudo era perfecta, una noche me acosté con una mano cerca de la garganta, imaginándome desmayada.
Cuadernos de infancia Norah Lange
Todavía queda un poco de éso, aunque transformado. ¿A qué viene pintar ojeras a las modelos en las pasarelas?
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