El origen de los brillantes tintes sintéticos se debe en gran parte al trabajo de sir William Henry Perkin (1838-1907) quien, en 1856, descubrió por casualidad el primer tinte artificial cuando era estudiante en el Real Colegio Químico de Londres. Mientras experimentaba con una nueva fórmula sintética para combatir la malaria que reemplazase a la quinina, produjo un polvo rojizo, que cuando se purificaba, se secaba y se trataba con alcohol producía un tinte malva. Este tinte daba lugar a un bello y brillante color que Perkin patentó y se conoció con el nombre de “anilina violeta o malva”.
El descubrimiento de Perkin dio lugar a una revolución y muy pronto las fábricas textiles adoptaron su técnica y los tejidos resultantes se caracterizaron por tener un brillo y una intensidad sin precedentes que entusiasmaron a los consumidores. En agosto de 1859 se describía la pasión por el morado como “un sarampión malva”, una enfermedad que empezaba con un ataque de lazos malvas y terminaba con el cuerpo completamente cubierto por ese color. En seguida se fabricaron otros tintes sintéticos con nombres evocadores que sugerían la calidad brillante del color como: magenta ácida, verde aldehído, fuchina de Verguín, amarillo Martius y rojo Maguela.
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