jueves, 29 de abril de 2010

Prohibido prohibir.

Autonomización creadora de los profesionales de la moda.
Nos hallamos en una época de proliferación y fragmentación de los cánones de la apariencia y de la yuxtaposición de los estilos más heteróclitos. Se consideran simultáneamente legítimos el modernismo (Courrèges) y lo sexy (Alaïa), las amplias superposiciones y lo ceñido, lo corto y lo largo, la elegancia clásica (Chanel) y la vamp hollywoodense (Mugler), lo ascético monacal (Rei Kawakubo) y la mujer monumental (Montana), el "look mendigo" (Comme des Garçons) y el refinamiento (Saint-Laurent, Lagerfeld), las mezclas irónicas de estilos (Gaultier) y el "look japonés" (Miyaké, Yamamoto), los vivos colores exóticos (Kenzo) y los tonos tierra. Nada está prohibido, todos los estilos tienen carta de ciudadanía y se despliegan en orden disperso. Ya no hay moda, hay modas.

Gilles Lipovetsky
El imperio de lo efímero

domingo, 25 de abril de 2010

Oscar Ennui

El 27 de marzo de 1977 la actriz Faye Dunaway toma el desayuno junto a la pileta del Hotel Beverly Hills, rodeada por los periodicos del día. Menos exaltada que la noche anterior cuando en la ceremonia de la Academia  se alzó con el Oscar a la mejor actriz por el film Network, dirigido por Sidney Lumet.
Foto: Terry O'Neill    

sábado, 24 de abril de 2010

La dinastía Westmore. Make up


En 1917 George Westmore  fundó el primer departamento de maquillaje de la historia del cine,  y sembró toda un dinastía de hijos que se encargarían del maquillaje para la Universal, la Warner Bros, la RKO, la Paramount, y la Selznick.
Sus hijos, los mellizos Perc y Ern tenían solo 9 años cuando papá George les enseñó a fabricar pelucas. Junto a su otro hijo Mont realizó todo el maquillaje de Rey de reyes de De Mille, trabajo nada sencillo si se tiene en cuenta que el Cristo elegido por Cecil, el actor H. B. Warner, era un borracho empedernido que todas las mañanas se presentaba en el estudio abotargado y ojeroso, no precisamente en la mejor forma para convertir su rostro en emblema  de santidad. Fue Mont Westmore quien depiló las cejas de Valentino y se las rediseñó , le untó los labios con vaselina para que brillasen y, le dio a Rudy Valentino su característico peinado hacia atrás y las patillas cortadas en ángulo.
Terminada Rey de reyes, el viejo George abrió un salón en Hollywood Boulevard, convencido de que él sería el zar del maquillaje. Resultó ser que todas las estrellas preferían a los hijos de Westmore que al papá. Esto destrozó a George, no soportaba la rivalidad de sus hijos. En 1926 su otro hijo Wally de 21 años fue nombrado jefe del departamento ampliado de maquillaje de la Paramount. Y en 1931, su hijo Ern a cargo del maquillaje de la RKO obtuvo un Oscar por su trabajo en Cimarron. Pocas semanas después George Westmore ingirió una poción a base de bicloruro de mercurio y tras cuatro días de agonía murió cuando el cóctel letal llegó a sus tripas.

Hollywood Babilonia.   
Kenneth Anger   

domingo, 18 de abril de 2010

Anotaciones espontáneas.

En la tristeza, la necesidad de estar bien vestido. Para ser bella le falta moderación en la vestimenta; se nota enseguida que se ha puesto prendas bellas. Elegancia: hermosa manera de eludir. Desvestirse hasta quedar desnudo, para pensar. La elegancia no sólo como actitud de una mujer, sino como atributo. En algunas mujeres, la elegancia es quizás una manera de defenderse. Ella quiere percibir algo, aunque sea en un pliegue de su falda plisada.
Fragmentos de "El peso del mundo" Peter Handke

jueves, 8 de abril de 2010

Punk's Not Dead!

Malcolm Robert Andrew Edwards (Londres, Inglaterra, 22 de enero de 1946), mejor conocido como Malcolm McLaren, músico y empresario, mánager y productor británico que saltó a la fama como agente del grupo de la primera ola del punk Sex Pistols, ha muerto hoy en Nueva York a los 64 años.

Malcolm McLaren, y su socia la diseñadora Vivienne Westwood, abrieron en los años 70 en Kings Road (Londres) la boutique Sex. Su hijo es hoy día el empresario creador de la sensual marca “Agente Provocateur”.

domingo, 4 de abril de 2010

Moda revolucionaria I

No existe otro país y momento histórico en el cual la moda haya sido tan atacada como en la Rusia revolucionaria. La moda era esencialmente un fenómeno burgués y siendo así se esperaba que muriera junto con la clase social que lo producía.

Más que cualquier otro objeto de la vida cotidiana, el vestido preserva simbólicamente la distinción de clases. Como se suponía que dicha diferencia no existía en la indumentaria del nuevo mundo revolucionario, tendría que abolirse.

Al igual que el ostentoso vestir de los zares, los antiguos trajes oscuros, los sombreros emplumados y bombines obviamente se oponían al naciente estilo bolchevique. Bajo tal concepción del vestir, la persistencia de una institución como la moda no podía tolerarse.

En los primeros años tras la Revolución de octubre, «la misma palabra “moda” era un insulto; se convirtió en sinónimo de prejuicio burgués y básicamente se consideraba hostil para el espíritu de la nueva sociedad»

Se consideraba prioritaria la creación de nuevos modelos indumentarios adaptados a la naciente vida revolucionaria, y su función básica sería expresar simbólicamente el agitado cambio. La idea era suprimir las diferencias sartoriales y estandarizar el cuerpo social usando un modelo de vestimenta único.

Fuente: Moda y vestido

Moda revolucionaria II

Las prendas «construidas» de Vladimir Tatlin, el fundador del Constructivismo, ejemplifican una perspectiva «antimoda». No estaba interesado en el «estilo» de sus diseños vestimentarios, más bien quería que su ropa fuera cómoda, de larga duración y fácil de fregar. El corte debía calcularse cuidadosamente para que se adecuara a todas las posiciones corporales y permitiera completa libertad de movimientos. La ubicación de los bolsillos no era el resultado de una investigación formal en la estructura de la prenda; el único parámetro tenido en cuenta era el largo de las mangas. La chaqueta de corte recto, abotonada casi hasta la garganta, tenía una extraña forma trapezoidal que se ampliaba en los hombros y se estrechaba en la cintura; los pantalones también eran estrechos pero en los tobillos. Pero la prenda más interesante de las producidas por la Sección de Cultura Material era un gabán. Para diseñarlo Tatlín apeló a criterios utilitarios para su fin último. La forma del gabán era un extraño óvalo y estaba hecho de tela impermeable. Buscando asegurarse de que sería usado en dos estaciones, le puso forros removibles: uno en franela para el otoño y otro en piel para el frío invierno ruso. Diseñó el cuello especialmente para que pudiera abotonarse hasta arriba sin necesidad de un espejo.

El guardarropa del comunista futuro debía estar determinado por la utilidad, y la primera cualidad del vestir debía ser su poder para actuar como instrumento de socialización.

El estado totalitario reclamaba no sólo el alma de sus ciudadanos sino también sus cuerpos. En la era soviética al deporte se le consideraba como un asunto de estado, era el tema preferido para la propaganda política; el ejercicio físico era casi un deber revolucionario. El «Nuevo Hombre» debía tener un cuerpo «nuevo», en buena condición física, que naturalmente estaba consagrada al servicio del estado. Por consiguiente, si el deporte se juzgaba según su utilidad social, a ello le seguía que los equipos deportivos fueran altamente apreciados puesto que se suponía que no sólo fortalecían el cuerpo del atleta sino que también reforzaban la cohesión del cuerpo social.

Las tesis de la propaganda bolchevique afirmaban que el «nuevo hombre» derivado precisamente de la revolución comunista, sería inmune a todas las tentaciones; pero por el contrario, los deseos de antaño no se desvanecieron. No sólo quienes quedaban de la rancia burguesía sino también el proletariado urbano y el campesinado aspiraban a copiar la moda parisina. León Trotsky lamentaba que [...] los jóvenes empleados soviéticos, y con frecuencia los obreros jóvenes, tratan de imitar las maneras y el traje de los ingenieros y de los técnicos americanos que encuentran en la fábrica. Las empleadas y las obreras devoran con los ojos a la turista extranjera, para vestirse como ella, e imitar sus modales. La afortunada que lo logra se transforma, a su vez, en objeto de imitación. En lugar de los bigudíes de antaño, las mejor pagadas se hacen la permanente. La joven aprende gustosa los «bailes modernos». En cierto sentido, éstos son progresos. Pero por el momento, no expresan la superioridad del socialismo sobre el capitalismo, sino el predominio de la cultura burguesa sobre la cultura patriarcal, de la ciudad sobre el campo, del centro sobre la provincia, del Occidente sobre el Oriente.