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Sacó un montón de camisas, echándolas una por una ante nosotros: camisas de purísimo hilo, espesa seda y magnífica franela que al caer perdían sus pliegues y cubrían la mesa en multicolor desorden. Mientras las admirábamos, sacó más, y el suave y lujoso montón fue subiendo; camisas a rayas y a espirales, a cuadros en coral y verde manzana, lavanda y naranja claro, con monogramas indios en azul cobalto. De súbito, con un ahogado gemido, Daisy agachó la cabeza sobre las camisas y se puso a llorar tempestuosamente.
-Son unas camisas tan bonitas... -sollozó la voz ahogada entre los espesos pliegues-: Me entristezco porque nunca he visto camisas como éstas.
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El Gran Gatsby
F. Scott Fitzgerald
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