Su figura frágil me esperaba en la estación de Saint Gall. Estaba él en el andén, mirando ansiosamente hacia el vagón, con su infaltable sombrero y su corbata bien anudada, su chaleco abotonado bajo el traje limpísimo pero bastante tronado -no tenía medios para vestir con elegancia, aun en el improbable caso de que ello le hubiera interesado- , y su paraguas que le servía como bastón para la caminata, como sombrilla si el sol castigaba o como refugio de alguna lluvia imprevista.
Hombre en la nieve
Álvaro Abós
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