Del libro “The Girls: Sappho goes to Hollywood”
publicado por St. Martins Press.
Historias del vestir. Creación de modas. Arte y confección. Vestuarios, vestidos, sombreros y más...
miércoles, 25 de marzo de 2009
Safo va a Hollywood. 2-El brazalete
Mercedes de Acosta trazó sus planes con cuidado, sabiendo que Salka Viertel era la guardiana de la puerta de Garbo.
La actriz se había mudado a una casa más bien melancólica de San Vicente Boulevard, y era infeliz. Se sentía alejada de la ciudad, no sólo por la admiración hacia su talento y su belleza, y por el doloroso secreto de su inferioridad intelectual, sino también por su temor a los chismes. Desechaba la mayoría de las invitaciones, como la de Douglas Fairbanks y Mary Pickford para que conociera a Lady Edwina Mountbatten. Aceptaba algunas, pero luego no aparecía: “Nunca nadie extraña a nadie”, dijo. Así estaban las cosas cuando tuvo noticias de que Mercedes de Acosta –una ingeniosa, interesante, discreta y sofisticada neoyorquina con inclinaciones sáficas, una descendiente de los duques españoles de Alba, una poeta, una escritora, una novelista, una feminista, una persona realmente muy atractiva– acababa de llegar a la ciudad. La mañana siguiente, Salka Viertel llamó por teléfono al hotel de De Acosta y la invitó a tomar el té.
De Acosta agregó un brazalete alemán de acero a su arreglo y salió hacia Mabery Road. Luego, impresionadísima, comentó: “Cuando nos estrechamos las manos y ella me sonrió, sentí que la conocía de toda la vida; de hecho, de muchas encarnaciones anteriores. Como lo esperaba, ella era increíblemente hermosa, mucho más de lo que parecía en sus películas. Tenía un sweater blanco y pantalones de marinero azules. Sus pies estaban desnudos y, como sus manos, eran delgados y delicados. Su precioso cabello lacio llegaba a sus hombros, y llevaba una visera de tenis blanca echada hacia adelante, tapando levemente su rostro, en un esfuerzo por ocultar sus extraordinarios ojos, que tenían una mirada de eternidad". Cuando Salka se escapó para hablar por teléfono, De Acosta escribió: “Nos dejó a Greta y a mí solas. Hubo un silencio, un silencio que ella pudo manejar con gran tranquilidad. De repente, miró mi brazalete y dijo: ‘Qué bonito brazalete’. Me lo saqué de la muñeca y se lo alcancé. ‘Lo compré para vos en Berlín’, dije...
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