lunes, 17 de octubre de 2011

Espejos


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No es difícil llegar a la conclusión de que ha desaparecido de la tierra algo de su esplendor. 


El mismo misterio antiguo del vestir —un vaporoso chal en los hombros de una mujer enigmática, un aigrette en el sombrero de una desconocida equívoca, una cinta en una media— se ha desvanecido a la dura y realista luz del presente, lleno de necesidades utilitarias, de una uniformidad idéntica aunque práctica y de una perfección al por mayor perfectamente anónima.

Aquellas mujeres de Poiret que hollaban el césped de Longchamps como finos caballos flamencos, han sido reemplazadas por una hilera de chicas en traje de baño y foto de almanaque.


Sin embargo, siempre supone un peligro el lamentarse de las glorias perdidas del pasado y de la barbarie del presente.
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Si todo cambio es penoso, resulta tambien tan necesario como el aire que respiramos.
La moda es la expresión sutil y mudable de cada época. Sería insensato el pretender que nuestro espejo social devolviera siempre la misma imagen. Lo importante, en última instancia, es comprobar si esa imagen corresponde realmente a lo que sentimos que es.



El espejo de la moda  
Cecil Beaton  

1 comentario:

Lilia Muñoz dijo...

Muy lindo, como siempre. Aquellas mujeres que hollaban el césped de Longchamps como finos caballos flamencos probablemente tenían una doncella que les asistía para vestirse... Unas decenas de años antes, en Guerra y Paz, Tolstoi nos cuenta que en una velada en la que se daba cita toda la alta sociedad de San Petersburgo, la joven bella y deliciosa princesa Bolkonski ha traído con ella ¡su bolso de labor! Sí, el bolso es de terciopelo bordado en oro, pero con toda naturalidad comenta a los invitados "J'ai apporté mon ouvrage" y se sienta a bordar... A los lectores actuales nos quedan los ojos como platos... ¡O tempora, o mores!