viernes, 10 de agosto de 2007

Sombreros de papel


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Habíamos fabricado grandes sombreros de papel, y de pie, las cinco delante de un espejo, cada una detenida frente a su rostro, contemplábamos el efecto de la sombra sobre los ojos, el resplandor distinto que la luz de la ventana adquiría en nuestros cabellos, contra el papel de diario.
La puerta se abrió, de pronto, y una corriente de aire los hizo vacilar sobre nuestras cabezas.
Una de mis hermanas dijo: - “La primera que pierda su sombrero se morirá antes que las otras...”
Inmóviles frente al espejo, los brazos entrelazados para no cometer ninguna trampa, jugamos a quien sería la primera en morir.
Un miedo horrible me fue invadiendo, lentamente.
La puerta abierta dejaba entrar un aire rápido y peligroso que de un momento a otro podía despojarme de mi sombrero. Pensé en Irene, en Marta, en Georgina, en Susana, en mi misma, y mientras las miraba de reojo, sonriéndome con ellas, una muerta de veinte años se acostaba sobre el rostro de mis hermanas; una muerta joven y perfecta, con una sola flor sobre la almohada.
El viento agitaba los grandes triángulos de papel, sin llegar a derribarlos.
Georgina, con los ojos absortos en alguna decisión terrible, parecida a la mía, exclamó bruscamente: -“No me gustan estos juegos”- y apartándose del espejo, se sacó el sombrero y lo arrojó, apelotonado, contra el suelo.
Durante un tiempo, la hilera de cabezas frente al espejo me entregaba imágenes probables y tristes, rostros velados para siempre, y me pareció que hubiese sido mejor aguardar a que el viento señalara la muerte más próxima, para ser más dulces, más tiernas, con la hermana que debía morir primero.
"Cuadernos de infancia", Norah Lange

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