domingo, 4 de abril de 2010

Moda revolucionaria II

Las prendas «construidas» de Vladimir Tatlin, el fundador del Constructivismo, ejemplifican una perspectiva «antimoda». No estaba interesado en el «estilo» de sus diseños vestimentarios, más bien quería que su ropa fuera cómoda, de larga duración y fácil de fregar. El corte debía calcularse cuidadosamente para que se adecuara a todas las posiciones corporales y permitiera completa libertad de movimientos. La ubicación de los bolsillos no era el resultado de una investigación formal en la estructura de la prenda; el único parámetro tenido en cuenta era el largo de las mangas. La chaqueta de corte recto, abotonada casi hasta la garganta, tenía una extraña forma trapezoidal que se ampliaba en los hombros y se estrechaba en la cintura; los pantalones también eran estrechos pero en los tobillos. Pero la prenda más interesante de las producidas por la Sección de Cultura Material era un gabán. Para diseñarlo Tatlín apeló a criterios utilitarios para su fin último. La forma del gabán era un extraño óvalo y estaba hecho de tela impermeable. Buscando asegurarse de que sería usado en dos estaciones, le puso forros removibles: uno en franela para el otoño y otro en piel para el frío invierno ruso. Diseñó el cuello especialmente para que pudiera abotonarse hasta arriba sin necesidad de un espejo.

El guardarropa del comunista futuro debía estar determinado por la utilidad, y la primera cualidad del vestir debía ser su poder para actuar como instrumento de socialización.

El estado totalitario reclamaba no sólo el alma de sus ciudadanos sino también sus cuerpos. En la era soviética al deporte se le consideraba como un asunto de estado, era el tema preferido para la propaganda política; el ejercicio físico era casi un deber revolucionario. El «Nuevo Hombre» debía tener un cuerpo «nuevo», en buena condición física, que naturalmente estaba consagrada al servicio del estado. Por consiguiente, si el deporte se juzgaba según su utilidad social, a ello le seguía que los equipos deportivos fueran altamente apreciados puesto que se suponía que no sólo fortalecían el cuerpo del atleta sino que también reforzaban la cohesión del cuerpo social.

Las tesis de la propaganda bolchevique afirmaban que el «nuevo hombre» derivado precisamente de la revolución comunista, sería inmune a todas las tentaciones; pero por el contrario, los deseos de antaño no se desvanecieron. No sólo quienes quedaban de la rancia burguesía sino también el proletariado urbano y el campesinado aspiraban a copiar la moda parisina. León Trotsky lamentaba que [...] los jóvenes empleados soviéticos, y con frecuencia los obreros jóvenes, tratan de imitar las maneras y el traje de los ingenieros y de los técnicos americanos que encuentran en la fábrica. Las empleadas y las obreras devoran con los ojos a la turista extranjera, para vestirse como ella, e imitar sus modales. La afortunada que lo logra se transforma, a su vez, en objeto de imitación. En lugar de los bigudíes de antaño, las mejor pagadas se hacen la permanente. La joven aprende gustosa los «bailes modernos». En cierto sentido, éstos son progresos. Pero por el momento, no expresan la superioridad del socialismo sobre el capitalismo, sino el predominio de la cultura burguesa sobre la cultura patriarcal, de la ciudad sobre el campo, del centro sobre la provincia, del Occidente sobre el Oriente.

1 comentario:

LABYRNE dijo...

Me encanto este post, muy interesante...tu blog no deja de sorprenderme y me encanta. Los dibujos me hacen acordar un poco a los ballets triadicos de la Bauhaus y también a la indumentaria que proyectaron los futuristas, muy buena info!