jueves, 19 de enero de 2012

Descíframe, mi amor, o me veré obligada a devorarte


 
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era hora de vestirse: se miró en el espejo y sólo era linda por el hecho de ser una mujer: su cuerpo era fino y fuerte
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eligió un vestido de tela gruesa a pesar del calor, casi sin modelo, el modelo sería su propio cuerpo pero (...)
arreglarse era un ritual que la preocupaba: la tela ya no era un mero paño, se transformaba en material y era ese género que con su cuerpo daba cuerpo -¿cómo podía una simple tela ganar tanto movimiento? su pelo lavado a la mañana y secado al sol en el pequeño patio parecía de seda castaña antigua- ¿linda? no, mujer
entonces se pintó cuidadosamente los labios, los ojos, lo que hacía, según una amiga, muy mal, se pasó perfume por la frente y en la comisura de los pechos...

 

... perfumarse era de una sabiduría instintiva, que venía de milenios de mujeres aparentemente pasivas aprendiendo, y como todo arte, exigía que tuviese un mínimo de conocimiento de sí misma...
perfumarse era un acto secreto y casi religioso.


-¿usaría aros? dudó, ya que quería orejas delicadas y simples, algo modestamente desnudo, dudó más: riqueza aún mayor sería la de esconder con el pelo las orejas de ciervo y volverlas secretas, pero no resistió: las descubrió, estirando el pelo para atrás de las orejas incongruentes y pálidas: ¿reina egipcia? no, toda adornada como las mujeres bíblicas, y había también algo en sus ojos pintados que decía con melancolía: descíframe, mi amor,  o me veré obligada a devorarte, y...


Clarice Lispector
Un aprendizaje o El libro de los placeres

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