sábado, 19 de enero de 2008

¡Quiero ese vestido!

La moda no ha pasado nunca inadvertida para el mundo intelectual. Ya a comienzos del siglo pasado, en 1830, Balzac redactó su “Tratado de la vida elegante” y a finales de ese mismo siglo, intelectuales como el dandy y poeta Baudelaire, ya se fijaban con entusiasmo en el femenino y erótico arte de pintarse los ojos, las mejillas y los labios, descrito en su “Elogio del maquillaje”: un pequeño tratado donde la moda se presenta como un elemento constitutivo de lo bello, un síntoma del gusto ideal. Para el inglés Oscar Wilde, el maquillaje proporcionaba a la mujer lo mismo que su intención personal para con la naturaleza: nunca imitarla, sino embellecerla. Hacia 1874, Mallarmé, redactaría “La última moda”, su enmascarada incursión en el mundo de las telas y los vestidos.
Pero también la literatura ha inspirado el gusto de las mujeres. Dicen que Sarah Bernhardt, leyendo una página de “Salambo”, de Flaubert, quien describió a su personaje vestida de una tela desconocida, quiso tenerla para su nívea piel y la tan afamada artista exigió una tela similar que al cabo de una semana existía. Sarah la creó mutando un terciopelo color hortensia marchita con reflejos azulados y haciendo macerar a martillazos la pieza de terciopelo de Venecia color rosa auroral; posteriormente, la intervino con fumigaciones de azufre y azafrán, para encontrar un tinte nunca antes visto. Al final, un dibujante trazó arabescos y flores de fantasía, animales emblemáticos y sombras sugestivas con un vaporizador especial; el resultado inesperado cubrió a su grácil cuerpo en sus futuras representaciones. Este acto bien afirma lo dicho por Barthes sobre el vestido: "Se sabe que la vestimenta no expresa a la persona sino que la constituye; o más bien es sabido que la persona no es otra cosa que esa imagen deseada en la que el vestido nos permite creer". El gusto por lo nuevo y lo exótico en la moda ha sido un rasgo constante en nuestras sociedades modernas y sobre todo de manera creciente desde el siglo XIX a nuestros días.

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