No vestirá la mujer traje de hombre ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque es abominable para Jehová, tu Dios, cualquiera que esto hace.Deuteronomio 22.5
Historias del vestir. Creación de modas. Arte y confección. Vestuarios, vestidos, sombreros y más...
No vestirá la mujer traje de hombre ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque es abominable para Jehová, tu Dios, cualquiera que esto hace.
…Me gustaba ir a Príncipe Real los domingos a causa de los sombreros, capelinas, chisteras con cintas de raso que caían espalda abajo, cascos que parecían metálicos y eran de fieltro con penachos azules, en Bico da Areia el armario con espejo cuyo reflejo se deformaba antes que nosotros…
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En la decada de 1960 se establece el mercado del pret-a-porter y el negocio de las franquicias se convierte en el eje económico de las casas de alta costura.
Diseñadores como Edith Head o Givenchy se asociaban a la imagen de actrices de elegante belleza, pero las chicas más explosivas de Hollywood también contaron con diseñadores especializados en realzar curvas y acentuar su lado más sexy. El nombre de William Travilla irá siempre unido al de Marilyn Monroe, para quien diseñó el vestuario de ocho películas. La relación de Monroe y Travilla trascendió a la pantalla, y fueron amantes durante un tiempo, y amigos, toda la vida. Una de sus cuatro nominaciones al Oscar la obtuvo por "Cómo casarse con un millonario", aunque probablemente ninguno de los modelos que creó para Marilyn fue tantas veces fotografiado como el vestido blanco cuya falda levantaba el aire del metro de Nueva York en "La comezón del séptimo año". Travilla había dado muchas vueltas a aquel vestido: “Quería que Marilyn pareciese limpia y fresca en medio del calor de Nueva York, pero también bonita, divertida, inocente, casi ajena a su atractivo”. Él decía siempre que los vestidos que diseñaba para la actriz “eran un acto de amor”, y así lo entendió ella, que le regaló una reproducción de su famoso desnudo sobre terciopelo rojo con la frase “Te adoro. Vísteme siempre”.
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"Quiero ropas que hagan soñar al público”, decía Cecil B. de Mille, “no deseo que en mis películas aparezcan vestidos que uno podría encontrar en una tienda”. En la edad dorada de Hollywood, los magnates de la industria entendían que una parte de la magia estaba en el vestuario de las estrellas.
New York, miércoles 4 de septiembre de 1963