Luego de la Revolución, la moda masculina (en lo esencial surgida del modelo cuáquero) se transformó profundamente en su forma y en su espíritu: la idea de democracia produjo una indumentaria teóricamente uniforme, sometida no a las exigencias del
parecer sino a las del trabajo y la igualdad, una indumentaria práctica y digna, adaptada a cualquier situación de trabajo, y por su austeridad y sobriedad, portadora del canto moral que marcó a la burguesía del siglo XIX.
Como no era posible cambiar el tipo fundamental del vestido masculino sin atentar contra el principio democrático y laborioso, fue el
detalle (la nadería, el nosequé, la manera) el que acaparó toda la función distintiva de la indumentaria: el nudo de una corbata, la tela de una camisa, los botones de un chaleco, la hebilla de un zapato han bastado desde entonces para marcar las más sutiles diferencias sociales.
El "detalle" vestimentario ni siquiera es un objeto concreto, por diminuto que sea; es una manera, a menudo sutilmente sesgada, de romper el vestido, de "deformarlo", de sustraerlo a todo valor, desde el momento en que éste es compartido.
El dandi es un hombre que ha decidido radicalizar la indumentaria del hombre distinguido sometiéndola a una lógica absoluta. Su esencia ya no es social sino metafísica. Sus comportamientos son profundamente creativos y ya no sólo selectivos, los efectos de una forma deben ser pensados, el vestido no es un objeto realizado sino un objeto tratado. El dandi está condenado a inventar incesantemente rasgos distintivos infinitamente nuevos, por una exigencia fundamental, el dandi crea su atuendo, lo concibe como un artista concibe una composición a partir de materiales corrientes