Historias del vestir. Creación de modas. Arte y confección. Vestuarios, vestidos, sombreros y más...
viernes, 29 de junio de 2007
Oficios
Desde el siglo XVIII los oficios vinculados a la moda (zapateros, sombrereros…) gozan de una creciente consideración artística. Aparecen entonces tratados sobre el arte del peinado: se habla de un arte capilar que luego sería relevado por los maestros sombrereros; Goncourt habla de los artistas de los zapatos. La época democrática eleva los aspectos relacionados con la moda al nivel de un arte sublime. En la era de la igualdad, los grandes modistos serán en adelante artistas geniales
Colección:
Maestros,
Vestimenta
martes, 26 de junio de 2007
Orientación de la moda II
Aprovechemos el sol para usar vestidos sin mangas, con escotes profundos o cuellos en punta, chaquetas cortas, blusas que cambian de estilo según la hora. El chemisier se encuentra en todas las colecciones. El blanco puro y seductor, aparece en trajecitos, tapados y vestidos. El estampado está a la orden del día, sobre todo las flores. En cuanto a las telas, el piqué, la gasa y el hilo son los imperativos de esta temporada.
Temporada N° 196
Septiembre 1963
Temporada N° 196
Septiembre 1963
Colección:
Miscelaneas,
Vestimenta
lunes, 25 de junio de 2007
Rose Bertin, Ministra de modas.
Nombrada "ministra de la moda" por la reina Manía Antonieta, Rose Bertin fue la responsable de vestir a damas, cortesanas y reinas de las monarquías europeas durante el reinado de Luis XVI. Sus trajes convirtieron a París en la capital de la moda y la que había sido sólo una humilde costurera, vivió su gran esplendor sin saber que el brillo de sus tules se había convertido en símbolo de un mundo a punto de extinguirse para siempre.
Rose Bertin, una pobre costurera de la Picardía, llega a París con quince años convencida de que allí encontrará trabajo y un futuro. Trabajadora incansable, pronto logra abrirse su propio camino y cuando la duquesa de Chartres se encapricha de sus diseños, la vida de Rose cambia para siempre. Sus creaciones brillan por su diversidad e inventiva y atraen a la recién llegada archiduquesa María Antonieta Habsburgo-Lorena, convertida en joven reina y deseosa de dejar una huella personal en la corte francesa.
Los deseos de la que será, sin duda, la reina más admirada y odiada de Francia, se unen con la inspiración de la divina Bertin quien, convertida en modista de la reina, consigue que sus trajes vistan a las reinas de Suecia, España y Bohemia y crea un auténtico imperio del traje desde su tienda en la calle Saint Honoré. La moda se convierte en asunto de Estado pero, ajenas a las conspiraciones y a las críticas, Rose Bertin y María Antonieta pasean su amistad y sus modernos diseños por los pasillos de Versalles sin sospechar que pronto serán testigos trágicos del fin de una época.
Rose Bertin, una pobre costurera de la Picardía, llega a París con quince años convencida de que allí encontrará trabajo y un futuro. Trabajadora incansable, pronto logra abrirse su propio camino y cuando la duquesa de Chartres se encapricha de sus diseños, la vida de Rose cambia para siempre. Sus creaciones brillan por su diversidad e inventiva y atraen a la recién llegada archiduquesa María Antonieta Habsburgo-Lorena, convertida en joven reina y deseosa de dejar una huella personal en la corte francesa.
Los deseos de la que será, sin duda, la reina más admirada y odiada de Francia, se unen con la inspiración de la divina Bertin quien, convertida en modista de la reina, consigue que sus trajes vistan a las reinas de Suecia, España y Bohemia y crea un auténtico imperio del traje desde su tienda en la calle Saint Honoré. La moda se convierte en asunto de Estado pero, ajenas a las conspiraciones y a las críticas, Rose Bertin y María Antonieta pasean su amistad y sus modernos diseños por los pasillos de Versalles sin sospechar que pronto serán testigos trágicos del fin de una época.
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sábado, 23 de junio de 2007
Historias de Hollywood VII
Edith Head fue la primera diseñadora que vistió a Audrey Hepburn en un papel protagonista y ha pasado por derecho propio a la historia de Hollywood. Se encargó del vestuario de 500 películas, y obtuvo siete Oscar y 33 nominaciones. Adorada por Liz Taylor, para quien diseñó tres vestidos de novia, fue la creadora fetiche de Alfred Hitchcock. La colaboración entre ambos se inició en "La ventana indiscreta". Ya entonces el director se había ganado una justa fama de maniático perfeccionista en materia de vestidos, pero Head y él se entendieron a la perfección. Fue Edith quien consiguió dar el toque de gracia a Tippi Hedren en "Marnie" la ladrona, preparando un vestuario perfecto para una cleptómana frígida. Cuando leyó el guión de "Vértigo" sugirió para Kim Novak una serie de rígidos trajes de chaqueta en colores neutros y sombreros que resaltasen el cabello rubio y la piel blanca de la actriz. Pero con ninguna estrella se llevó tan bien como con Grace Kelly. La futura princesa de Mónaco ya había discutido con Hitchcock en cuestiones de vestuario cuando, al rodar "Crimen perfecto" el director estaba empeñado en que la protagonista acudiese a contestar la famosa llamada de teléfono embutida en un vestido rojo. Kelly le convenció para cambiar el vestido por una bata encima de un camisón. Así vestida, Grace sufre el asalto de un intruso al que asesina tras unos segundos de lucha. Su atuendo dio a la escena un erotismo soterrado que ni siquiera Hitchcock había podido anticipar.
miércoles, 20 de junio de 2007
Novedades de noche
Novedades de noche: satín terciopelo, modelando con flecos la moldura del anca, flatulencia de flujo, oscuro brillo. Resplandor respingado, caracoles de nylon que le esmaltaban de lamé el flaco de las orlas... Perdida en burlas, de macramé, lo que pendía en esas naderías, ruleros colibrí, lábil orzuelo, era el revuelvo de un codazo artero, en las calcomanías del satín, comido (masticación de ilutes, de bollidos).
Néstor Perlongher Poemas completos
Néstor Perlongher Poemas completos
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Lecturas
miércoles, 13 de junio de 2007
La belleza segun C.Beaton
A semejanza de su amigo Cocteau, Cecil Beaton fue un artista múltiple: fotógrafo, dibujante, escenógrafo y vestuarista. Intervino en decenas de óperas, piezas de ballet, obras de teatro y películas, dos de las cuales (Gigí, 1957, y My Fair Lady, 1964) le valieron tres Oscar.
Casi desde niño sintió que el mundo del teatro era el suyo y cuando comprendió que estaba en pleno dominio de su talento, intentó una tarea quijotesca: transformar el mundo en su teatro.
Son exquisitas sus crónicas de un mundo sofisticado, irónico, a veces mordazmente cruel, siempre culto y glamoroso, ya ido para siempre. Para él, como para su ídolo Oscar Wilde, la belleza es algo perfecto que le da sentido a ese caos de las sensaciones que llamamos mundo. La belleza brilla apenas un instante y en ese instante entrevemos un absoluto que se desvanece, pero que hace que valga la pena vivir para gozarlo. La belleza es obra del artista, no del mundo. El papel del artista, según él, consiste en producir imágenes bellas partiendo de la materia viva, corruptible. "Mientras los fotografío y están bajo la luz del estudio --escribió en su diario--, para mis modelos el tiempo se detiene y puedo obtener una imagen hermosa. Pero cuando la luz se apaga, el tiempo vuelve a correr y los cuerpos siguen su camino hacia la muerte. Sólo la fotografía los muestra eternamente perfectos."
Casi desde niño sintió que el mundo del teatro era el suyo y cuando comprendió que estaba en pleno dominio de su talento, intentó una tarea quijotesca: transformar el mundo en su teatro.
Son exquisitas sus crónicas de un mundo sofisticado, irónico, a veces mordazmente cruel, siempre culto y glamoroso, ya ido para siempre. Para él, como para su ídolo Oscar Wilde, la belleza es algo perfecto que le da sentido a ese caos de las sensaciones que llamamos mundo. La belleza brilla apenas un instante y en ese instante entrevemos un absoluto que se desvanece, pero que hace que valga la pena vivir para gozarlo. La belleza es obra del artista, no del mundo. El papel del artista, según él, consiste en producir imágenes bellas partiendo de la materia viva, corruptible. "Mientras los fotografío y están bajo la luz del estudio --escribió en su diario--, para mis modelos el tiempo se detiene y puedo obtener una imagen hermosa. Pero cuando la luz se apaga, el tiempo vuelve a correr y los cuerpos siguen su camino hacia la muerte. Sólo la fotografía los muestra eternamente perfectos."
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martes, 12 de junio de 2007
Cecil Beaton
Cecil Beaton nació en Londres y según cuenta en sus memorias, a los nueve años ya tomaba fotos, ayudado por la institutriz de sus hermanas menores, Alice Collard, una fotógrafa amateur que le enseñó sobre iluminación y sesiones de retrato, además de los aspectos técnicos básicos.
En 1926 realizó su primer gran retrato, uno que haría época: fotografió a la escritora Edith Sitwell como si fuera una escultura funeraria de la Edad Media. Al año siguiente ingresó como fotógrafo y dibujante permanente en Vogue, revista a la que permanecería ligado varias décadas. Sus trabajos para este medio se han convertido en clásicos de la fotografía de modas.
A fines de los años 20 viajó varias veces a los Estados Unidos y amplió su contrato con Condé Nast (editora de Vogue), lo que lo llevó a publicar también en Vanity Fair. En Hollywood y aprovechando la deslumbrante luz de California y sus pintorescos claroscuros realizó una serie de retratos a personajes tales como; Gary Cooper, Johnny Weissmuller, Dolores del Río.
Hacia 1930 escribió "El libro de la belleza". Beaton estaba en el centro de todas las fiestas, incluso las más exclusivas, las celebradas en la mansión San Simenon, del magnate William Randolph Hearst, quien inspiraría el personaje de la película de Orson Welles “El ciudadano”.
Al cumplir los 30 ya era el retratista preferido del mundo de la moda, el cine, el teatro, las artes visuales, la literatura, la música y el fotógrafo oficial de los Windsor.
Beaton tenía una mirada singular para cada retratado, no hay nada que los unifique salvo esa inspirada individualidad. En el cuidado por los detalles de cada uno de sus trabajos brilla la genialidad de Beaton. Como Proust, Beaton entendió que para el ojo atento el mundo comienza a diluirse en el momento preciso del éxtasis.
Murió el 18 de enero de 1980.
En 1926 realizó su primer gran retrato, uno que haría época: fotografió a la escritora Edith Sitwell como si fuera una escultura funeraria de la Edad Media. Al año siguiente ingresó como fotógrafo y dibujante permanente en Vogue, revista a la que permanecería ligado varias décadas. Sus trabajos para este medio se han convertido en clásicos de la fotografía de modas.
A fines de los años 20 viajó varias veces a los Estados Unidos y amplió su contrato con Condé Nast (editora de Vogue), lo que lo llevó a publicar también en Vanity Fair. En Hollywood y aprovechando la deslumbrante luz de California y sus pintorescos claroscuros realizó una serie de retratos a personajes tales como; Gary Cooper, Johnny Weissmuller, Dolores del Río.
Hacia 1930 escribió "El libro de la belleza". Beaton estaba en el centro de todas las fiestas, incluso las más exclusivas, las celebradas en la mansión San Simenon, del magnate William Randolph Hearst, quien inspiraría el personaje de la película de Orson Welles “El ciudadano”.
Al cumplir los 30 ya era el retratista preferido del mundo de la moda, el cine, el teatro, las artes visuales, la literatura, la música y el fotógrafo oficial de los Windsor.
Beaton tenía una mirada singular para cada retratado, no hay nada que los unifique salvo esa inspirada individualidad. En el cuidado por los detalles de cada uno de sus trabajos brilla la genialidad de Beaton. Como Proust, Beaton entendió que para el ojo atento el mundo comienza a diluirse en el momento preciso del éxtasis.
Murió el 18 de enero de 1980.
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lunes, 11 de junio de 2007
Historias de Hollywood VI
Travis Banton comenzó su carrera en 1917 tras realizar los vestidos para el filme Poppy, de Norma Talmadge, y se consolidó cuando Mary Pickford le pidió que diseñase su vestido de novia para su boda con Douglas Fairbanks. Poco después, la Paramount contrataba sus servicios en exclusiva, y Banton se convertía en el favorito de las grandes actrices de los años veinte: Clara Bow, Pola Negri o Florence Vidor lucieron las creaciones de Banton. En los años treinta, otras bellezas se pusieron en sus manos: Claudette Colbert, Carle Lombard y Marlene Dietrich, a quien podía transformar de sórdida prostituta en gélida mujer fatal. De Banton se decía que, con sólo almorzar con una mujer, era capaz de saber exactamente qué tenía que resaltar en ella.
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Hollywood
viernes, 8 de junio de 2007
Maestros: Ch. F. Worth
Lo que hoy conocemos como “alta costura” dio sus primeros pasos en la Exposición Universal de París del año 1900, cuando algunos de los que en aquel entonces se hacían llamar modistos exhibieron varios vestidos en el Pavillon de L’ Élégance.
Si bien decir París es decir alta costura, no es menos cierto que el padre del “haute couture” fue un inglés que llegó a la Ciudad Luz en 1845. Su nombre: Charles Frederick Worth.
Anteriormente, las damas de la élite europea dependían de modestas costureras para confeccionar sus vestidos y los estilos seguían los parámetros y caprichos establecidos por la realeza. No obstante, Worth sentó las pautas que definirían el concepto del diseñador moderno, atribuyéndose la categoría de celebridad mediante un acto atrevido pero sencillo: firmar sus prendas cual si fueran obras de arte.
Así pues, el joven Worth se convirtió en un personaje y trabajó en círculos privilegiados siendo el modisto favorito y vistiendo a personalidades de la época, como la Emperatriz Isabel de Austria, Eugenia, la esposa de Napoleón III, Sarah Bernhardt y Eleonora Duse.
Fue Worth quien también estableció el primer atelier, donde atendía a su clientela con gran esmero.
La mujer de la época no era más que un objetó decorativo adornado con plumas, galones y encajes y debía escoger su vestuario de la misma forma que escogía un fino florero o un delicado mantel. Esta era la época de la “dama ornamentada” o “femme ornée”.
Si bien decir París es decir alta costura, no es menos cierto que el padre del “haute couture” fue un inglés que llegó a la Ciudad Luz en 1845. Su nombre: Charles Frederick Worth.
Anteriormente, las damas de la élite europea dependían de modestas costureras para confeccionar sus vestidos y los estilos seguían los parámetros y caprichos establecidos por la realeza. No obstante, Worth sentó las pautas que definirían el concepto del diseñador moderno, atribuyéndose la categoría de celebridad mediante un acto atrevido pero sencillo: firmar sus prendas cual si fueran obras de arte.
Así pues, el joven Worth se convirtió en un personaje y trabajó en círculos privilegiados siendo el modisto favorito y vistiendo a personalidades de la época, como la Emperatriz Isabel de Austria, Eugenia, la esposa de Napoleón III, Sarah Bernhardt y Eleonora Duse.
Fue Worth quien también estableció el primer atelier, donde atendía a su clientela con gran esmero.
La mujer de la época no era más que un objetó decorativo adornado con plumas, galones y encajes y debía escoger su vestuario de la misma forma que escogía un fino florero o un delicado mantel. Esta era la época de la “dama ornamentada” o “femme ornée”.
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lunes, 4 de junio de 2007
Maestros: Vionnet
Madeleine Vionnet fue la inventora del corte al bies y de los más hermosos drapeados que hasta hoy nadie ha conseguido superar. Sus vestidos se consideran obras maestras, cuya caída perfecta se debe a una única costura. Es posible que la habilidad de Madeleine Vionnet para crear estos cortes a partir de formas simples como cuadrados o triángulos, se debiera a su pasión por la geometría.
La modista, nacida en 1876 aprendió corte y confección y en 1900 entró a trabajar en la reputada casa de moda de las Soeurs Callot, donde se convirtió en mano derecha de Marie Callot Gerber, la responsable artística del negocio.
En 1907, Doucet le encargó el rejuvenecimiento de su firma. Vionnet empezó suprimiendo el corsé y acortó los bajos, para disgusto de las vendedoras y de las clientas. Esto hizo que Madeleine se diese cuenta de que tenía que abrir su propia maison.
Vionnet estudió el cuerpo femenino para preservar su belleza natural y obligar al vestido a adaptarse a la silueta. Hizo uso de los drapeados y del célebre corte al bies, hasta entonces solo utilizado en cuellos, nunca en un vestido entero. Utilizó tejidos sutiles, como el crespón de seda, la muselina, el terciopelo o el satén.
Los colores que usaba eran clásicos, su preferido: el blanco en todos sus matices. Además, la diseñadora procuró no recargar excesivamente sus creaciones, utilizando como adornos bordados, rosas o nudos estilizados.
Las trabajadoras de la Casa Vionnet disfrutaron de unas condiciones que la ley no impondría hasta más tarde: breves descansos, vacaciones pagadas y ayudas en caso de enfermedad. A ella y a sus generosas donaciones se debe la creación en 1986 del Musée de la Mode et du Textile en París.
La modista, nacida en 1876 aprendió corte y confección y en 1900 entró a trabajar en la reputada casa de moda de las Soeurs Callot, donde se convirtió en mano derecha de Marie Callot Gerber, la responsable artística del negocio.
En 1907, Doucet le encargó el rejuvenecimiento de su firma. Vionnet empezó suprimiendo el corsé y acortó los bajos, para disgusto de las vendedoras y de las clientas. Esto hizo que Madeleine se diese cuenta de que tenía que abrir su propia maison.
Vionnet estudió el cuerpo femenino para preservar su belleza natural y obligar al vestido a adaptarse a la silueta. Hizo uso de los drapeados y del célebre corte al bies, hasta entonces solo utilizado en cuellos, nunca en un vestido entero. Utilizó tejidos sutiles, como el crespón de seda, la muselina, el terciopelo o el satén.
Los colores que usaba eran clásicos, su preferido: el blanco en todos sus matices. Además, la diseñadora procuró no recargar excesivamente sus creaciones, utilizando como adornos bordados, rosas o nudos estilizados.
Las trabajadoras de la Casa Vionnet disfrutaron de unas condiciones que la ley no impondría hasta más tarde: breves descansos, vacaciones pagadas y ayudas en caso de enfermedad. A ella y a sus generosas donaciones se debe la creación en 1986 del Musée de la Mode et du Textile en París.
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domingo, 3 de junio de 2007
Los sombreros de Coco
Coco Chanel incursionó en el mundo de la moda –configurando el aspecto que tendrían las mujeres de su siglo– diseñando sombreros. La joven Coco, que se destacaba por su pelo recogido y sus sombreros redondos de paja, fue dependienta de la Casa Grampayre a los 17 años, una tienda de lencería y encajes; y ya entonces imaginaba sombreros para completar el atuendo de las clientas. Diseñó su primer sombrero para Madame Barlet, con tan buen resultado que empezó a recibir varios encargos de las mujeres más aposentadas del lugar. Coco tenía una gracia especial para adornar el sombrero más simple con cintas, blondas, alas o bandas y convertirlo en un objeto elegante y encantador.
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sábado, 2 de junio de 2007
La femme ornée
“Desnudar a una mujer es una empresa comparable con la toma de una fortaleza”.
La imagen de la "mujer adornada" de la belle époque se caracterizaba por comprimir, torcer y cubrir de postizos el cuerpo femenino, para recrear la que era la figura ideal de la época: el reloj de arena. Esto se lograba mediante el uso del tortuoso corsé, armazones y amarres complicados.
El cuello, alto, estrecho y rígido, obligaba a erguir la cabeza, mientras que los sombreros, algo inclinados y de anchas alas, se decoraban con pesadas plumas de avestruz. Las mangas estaban ahuecadas en el hombro, se recogían en el codo y se estrechaban hasta la mano. Cubrían hasta los nudillos para no mostrar zonas indecorosas. Las faldas llegaban hasta el suelo y se ensanchaban en las caderas, cayendo en forma de campana. Su parte posterior estaba decorada con pliegues y rematada con una pequeña cola. Los zapatos y botines eran puntiagudos y se sostenían sobre medios tacones barrocos. Los complementos imprescindibles eran las medias de seda negra, los guantes ajustados y la sombrilla, que servía para preservar el tono blanco de la piel. Para el día se usaban telas de lino, terciopelo y lana. Los colores eran pasteles claros o apagados como el rosa, azul o malva. Estos vestidos se adornaban con galones, cintas, lazos y volantes. Para la noche se recurría a la seda, las puntillas, la muselina, el tul, el crespón de China o el satén entre otros. Eran imprescindibles los guantes largos para "vestir los brazos" y para que no se vieran las manos desnudas
Jean Cocteau
La imagen de la "mujer adornada" de la belle époque se caracterizaba por comprimir, torcer y cubrir de postizos el cuerpo femenino, para recrear la que era la figura ideal de la época: el reloj de arena. Esto se lograba mediante el uso del tortuoso corsé, armazones y amarres complicados.
El cuello, alto, estrecho y rígido, obligaba a erguir la cabeza, mientras que los sombreros, algo inclinados y de anchas alas, se decoraban con pesadas plumas de avestruz. Las mangas estaban ahuecadas en el hombro, se recogían en el codo y se estrechaban hasta la mano. Cubrían hasta los nudillos para no mostrar zonas indecorosas. Las faldas llegaban hasta el suelo y se ensanchaban en las caderas, cayendo en forma de campana. Su parte posterior estaba decorada con pliegues y rematada con una pequeña cola. Los zapatos y botines eran puntiagudos y se sostenían sobre medios tacones barrocos. Los complementos imprescindibles eran las medias de seda negra, los guantes ajustados y la sombrilla, que servía para preservar el tono blanco de la piel. Para el día se usaban telas de lino, terciopelo y lana. Los colores eran pasteles claros o apagados como el rosa, azul o malva. Estos vestidos se adornaban con galones, cintas, lazos y volantes. Para la noche se recurría a la seda, las puntillas, la muselina, el tul, el crespón de China o el satén entre otros. Eran imprescindibles los guantes largos para "vestir los brazos" y para que no se vieran las manos desnudas
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