Algunos de los llamados complementos de la ropa, funcionan claramente como intermediarios entre las funciones de la arquitectura y el vestido: el ala del sombrero que además de proteger del sol oculta el rostro cuando es más discreto; el abanico que aumenta la ventilación existente si se precisa; o la sombrilla y el paraguas que resguardan del sol y la lluvia cuando se está a la intemperie.
Al realizar estas funciones, el vestido lo hace físicamente en una proximidad total al cuerpo humano, vistiéndole o revistiéndole, en mayor o menor inmediatez según épocas y ocasiones. El miriñaque y el polisón del siglo XIX, con su estructura sustentante, ocupan en este aspecto un lugar intermedio entre el traje habitual y la arquitectura, igual que lo hacen las camas con dosel, vestidas con cortinas.
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