En el siglo IX, las polainas se difundieron por Alemania, Inglaterra y España.
Dada la popularidad de este nuevo accesorio, Felipe el Hermoso en Francia y Eduardo III de Inglaterra establecieron, a principios del siglo XIV, las medidas de la punta de las polainas para distinguir las jerarquías sociales: las de un príncipe tenían puntas de más de dos pies de largo; las de un barón, de dos pies; las de un caballero, de pie y medio, y las de la gente del pueblo de medio pie solamente.
Carlos VIII Valois (el feo, 1470-1498) era toda una curiosidad anatómica: sus pies tenían seis dedos extrañamente desarrollados, que le obligaban a caminar como un pingüino, balanceándose hacia los costados, mientras su cabeza se movía con absoluta autonomía, de modo que nunca se sabía si estaba afirmando o negando lo que decía.
Tenía los pies tan deformes que no podía usar esas polainas puntiagudas, así que simplemente las prohibió, instituyendo zapatos cuadrados y chatos.
1 comentario:
Creo que en esos siglos no hubiese podido caminar con tanto zapato incómodo, ahora apenas uso tacos y sólo los que tienen un poco nomás, para que decir los tacones de punta extendida... los odio jajaa
Un beso César, y gracias por tus comentarios :)
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