
En los años treinta, la fábrica de sueños hollywoodense ofrece algunos modelos de moda. Un traje de
Travis Banton, de
Edith Head o de
Gilbert Adrian, visto en las pantallas por miles de personas, tiene más impacto que la fotografía de un vestido vista por unos miles de lectores en una revista. Sin pretender seguir escrupulosamente la última moda de París, los diseñadores del cine estadounidense perfeccionan un estilo original, favorecedor y fotogénico. Utilizando materiales ostensiblemente lujosos (lentejuelas, pieles, muselinas, etc.) muy rara vez estampados, el corte resulta de gran sencillez, y consigue subrayar la anatomía de las estrellas: escote profundo, drapeados que recuerdan las nervaduras de las conchas, aberturas, transparencias, plumas de avestruz o de cisne, boquillas para fumar, etc. Fue también en Hollywood donde apareció el prototipo de la
pin-up de pecho agresivo cuando, en 1943, el director
Howard Hughes diseñó un sujetador con copas puntiagudas para la actriz
Jane Rusell, en la película
El Proscripto.
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