martes, 15 de junio de 2010

Virilidad y polvos rosados.

¿A las mujeres les puede gustar ese tipo de hombre que en un lavabo público se aplica polvos rosados en el rostro o se arregla el cabello en un ascensor, en medio de todo el mundo?
Es bien conocida la inclinación de Rodolfo Valentino por la extravagancia sartorial, su famoso brazalete de esclavo sin el cual jamás se mostraba públicamente, sus joyas de oro, su preferencia por los perfumes fuertes, los abrigos ribeteados con chinchilla y su pronunciada coquetería italiana.
Cuando Natacha Rambova, la segunda esposa de Valentino (cuya pulsera de esclavo llevaba Rudy), se separó en 1926, salió a la luz que el matrimonio jamás se había consumado. Ya en 1922, su primer esposa, Jean Acker, lo había acusado de negligencia y rechazo en el aspecto sexual.
Ambas mujeres, Natacha Rambova y Jean Acker eran “protegidas” de la igualmente exótica Alla Nazimova, la más notable importación femenina de Hollywood en esos tiempos.
Rambova había diseñado los modelos tipo Beardsley para la personal versión de Salomé interpretada por Alla Nazimova, para la cual se empleó exclusivamente a actores homosexuales en homenaje a Oscar Wilde.
Fue ella quien le presentó a sus dos mujeres. Valentino se refería a ella como “el jefe” y se hacía acreedora del calificativo inmiscuyéndose en la carrera de su esposo en la Paramount.
La pérdida de Valentino, a los 31 años, dejó un rastro de inconsolables amantes de ambos sexos, a juzgar por los torrentes de lágrimas derramados. Por ese entonces el recuerdo de Rudy también era reverenciado por Ramón Novarro, quien conservaba en una urna de su dormitorio un consolador de grafito, del más representativo art decó, enaltecido por la firma autógrafa de Valentino. Un regalo de Rudy.  

                                                                                       Pero, ¿de veras tengo pinta de marica?


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