Los sastres más importantes de Londres se lo disputaban como cliente: Schweitzer y Davison de Cork Street y Weston y Meyer de Conduit Street contaban entre sus favoritos.
Brummel tardaba más de dos horas en vestirse, todo un espectáculo al que asistían un selecto grupo de amigos. El momento de ponerse la corbata era esperado con ansiedad, dos mozos le ayudaban en ese quehacer. Necesitaba repetir la operación hasta veinte veces para acertar el nudo. Cada vez que fallaba, la corbata era tirada al suelo y reemplazada por otra.
Quizá su conducta repleta de excesos e impertinencias llenas de afectación e insolencia ayudó a su caída en desgracia, ya que perdidos los favores reales los acreedores vislumbraron la oportunidad de recobrar sus deudas. En 1814, Brummel lo perdió definitivamente todo, y ante la persecución de los banqueros londinenses, escapó a Francia, el paraíso de los arruinados y Calais, a pesar del provincianismo se convirtió en su residencia. Brummel siguió demostrando su clase y su elegancia. Uno de sus antiguos amigos consiguió que se le nombrase cónsul de Inglaterra en Caen. Los acreedores volvieron a surgir cuando fue destituido del cargo. No podía comprarse ropa y un sastre de Caen, movido por la compasión, le arreglaba los vestidos que le quedaban. Parecía el ultimo peldaño de desgracias que podía ocurrirle, pero en Mayo de 1835 fue detenido por deudas y conducido a la cárcel. El duque de Beaufort y Lord Alvenley se enteraron en Londres del suceso y patrocinaron una suscripción para que recuperase la libertad.
Brummel perdió la salud mental y acabó en la calle pidiendo limosna. Los últimos días de su vida los termina en el Asilo Bon Sauveur, un hospital para enfermos mentales sin recursos. El 29 de Marzo de 1840 es enterrado en el cementerio protestante de Caen.
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